miércoles, 30 de diciembre de 2009

FELIPE Y MARCELA NOBLE SE HICIERON LOS ANALISIS DE ADN EN LA MORGUE


Es una decisión político ideológica de un juez que transgrede a sabiendas

las leyes"

La titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, afirmó que la organización "no consentirá esta medida de prueba ilegal, ni que se realicen excepciones a la ley", al referirse al análisis de sangre de los hijos adoptivos de la dueña del Grupo Clarín, Ernestina Herrera, realizado en la Morgue Judicial. Las Abuelas reclamaron que la extracción se hiciera en el Hospital Durand, donde funciona el Banco Nacional de Datos Genéticos. Presentarán una denuncia contra el juez federal Conrado Bergesio ante el Consejo de la Magistratura.

A través de un comunicado, Carlotto precisó que "

se interpondrán los recursos legales correspondientes a fin de garantizar que de una vez por todas se realice una investigación eficaz e independiente" para determinar si Felipe y Marcela Noble son hijos de desaparecidos.

La presidenta de Abuelas consideró que el juez federal Conrado Bergesio "transgrede a sabiendas las leyes" al interpretar la resolución por la que dispuso que los hijos de la dueña del Grupo Clarín realizaran sus exámenes de ADN en la Morgue Judi

cial, en lugar del Banco Nacional de Datos Genéticos.

El examen al que se sometieron Felipe y Marcela se realizó por primera vez en esa dependencia judicial de la calle Lavalle al 1400, por pedido de su madre adoptiva y a pesar del reclamo de Abuelas para que se hiciera en el Hospital Durand, donde funciona el Banco Nacional de Datos Genéticos.

El abogado que acompañó a Marcela y Felipe, Jorge An

zorreguy, señaló que "los señores Noble vienen a cumplir lo que han solicitado hace muchos años".

Una vez tomada la muestra de sangre para la determi

nación del patrón genético, los resultados podrían demorar entre 15 y 45 días, explicaron fuentes del Cuerpo Médico Forense.

El secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde, consideró que la presentación de Felipe y Marcela Noble ante el Cuerpo Médico Forense de la Justicia nacional no reúne los requisitos establecidos por la ley que creó el Banco Nacional de Datos Genéticos.

Según señaló en un comunicado, Duhalde dijo comprender el "fuerte rechazo" de las Abuelas de Plaza de Mayo, dado que según lo establece la citada n

orma "es el Banco el que actúa como perito oficial exclusivo ante los jueces competentes en las causas penales", que tengan por objeto la identificación de niños apropiados durante el terrorismo de Estado.

También, el funcionario sostuvo que "los datos obtenidos deben ser cruzados con todos los que obran en los archivos del BNDG y no exclusivamente con aquellos que señalara la defensa de Ernestina Herrera de Noble, como ocurre en el caso en cuestión", añadió.

Por otra parte, Duhalde agregó que "más allá del res

ultado de esta diligencia, cabe esperar que se avance en el esclarecimiento de la identidad de ambos jóvenes, ya que está en juego el derecho a la verdad, que compete no sólo a sus familias biológicas sino a toda la sociedad".

"Es imprescindible continuar avanzando en el proceso de Memoria, Verdad y Justicia, ya que aún quedan aproximadamente 400 casos de sustitución d

e identidad sin esclarecer", agregó Duhalde a través de

un comunicado.

2004-2009

sábado, 26 de diciembre de 2009

La mejor parte del amor,

Seguramente los apropiadores de niños sienten amor por ellos, o al menos eso deben creer. Quién sabe qué siente alguien que oculta una verdad atroz; que obliga al ser presuntamente amado a una reciprocidad que él mismo viola. Nadie está, sin embargo, preparado para fingir toda su vida. Ese amor que los apropiadores sienten por esos bebés que hoy son hombres y mujeres de treinta y pico debe haber tenido fallas, grietas, lapsus, desbordes inevitables de la verdad. Un hijo apropiado debe saber, en alguna parte sí, alguna forma de la verdad. Seguramente huele el tufo de ese amor, su hedor, el rastro de un crimen. Hay cuatrocientas personas todavía viviendo esas tensiones soterradas.

Hay mecanismos psíquicos y sociales que permanentemente bloquean el amor y lo reemplazan por sus simulacros. Estamos todos tan confundidos con el amor, que aceptamos sus sustitutos, sus malas copias. Los apropiadores de niños les han dicho a lo sumo a esas personas que son hijos adoptivos, bebés que ellos sí aman, en reemplazo de madres que los abandonaron. Desde el punto de vista de ese tipo de víctima, el hijo abandonado, ser hijo de un desaparecido es una enorme descarga de angustia. Es constatar que no hubo abandono. No son hijos biológicos de una madre que eligió seguir su vida sin ellos, sino que fueron bebés arrebatados de las manos de sus madres. Sus madres no siguieron sus vidas, no formaron otras familias, no tuvieron otros hijos. Fueron asesinadas.

Lo innombrable del abandono es el desamor. Cualquiera que haya sido abandonado en una circunstancia amorosa sabe que lo anímicamente intragable del abandono es el desamor. Una de las razones que siempre esgrimieron las Abuelas como motores de su búsqueda es hacerles saber a sus nietos que fueron bebés muy deseados y amados por sus padres y sus familias. Quieren hacerles saber algo que puede curarles un trauma y sanarles la vida.

Cuando esos bebés llegaron a la adolescencia, cuando pudieron hacer lo que un niño pequeño no puede, muchos hijos adoptivos fueron por sí mismos a la sede de Abuelas. Querían saber si eran hijos de desaparecidos. Buscaban su identidad, pero también buscaban, probablemente, ese consuelo terrible: no haber sido bebés abandonados, sino víctimas de crímenes políticos. Esto no tiene nada de ideológico, en principio. Se trata más bien de distintas dimensiones del amor y el desamor. Nuestras vidas penden de esas nociones. Nuestros dolores y pasiones nacen allí, a la sombra de cómo fuimos o no fuimos amados.

La idea que tenemos del amor, eso que reconocemos en los otros y en nosotros mismos como amor, no puede germinar en la mentira, sólo en la libertad. Nadie puede obligarnos a amar. No podemos tampoco obligarnos a nosotros mismos a hacerlo. Es un sentimiento que está fuera de nuestro control, que aparece y también desaparece, pero que suponemos sólo posible entre criaturas libres. Cuando la mentira atraviesa la circunstancia amorosa, no hay amor. Hay manipulación.

La manipulación en el amor, sin embargo, no es cosa extraña. El mercado Vero Peso, en la desembocadura del Amazonas, es enorme y extraordinario. Hay interminables filas de puestos que venden los mangos más grandes del mundo, pescados de diseños exóticos, instrumentos musicales de madera maciza. Allí hay un sector de hechiceras que vende frasquitos de esencias y aceites para curar la salud y para recuperar o afirmar el amor. Esas mujeres de etnias amazónicas la agarran a una de la pollera cuando pasa, le ofrecen felicidad. Un embrujo no es otra cosa que manipulación. O simulación.

Traje de allí un pequeño volante que no es indígena, es afro. “Mae Triana Cartomante Exotérica” se llama la mujer vidente. Promete traer a la persona amada rápido, “amarrada a tus pies”. El amarre es un tópico de la hechicería. Hay brujas urbanas en todo el mundo especializadas en amarres. Los amarres pretenden reemplazar al amor por fascinación. Ese es un truco posmoderno. Una prestidigitación tecnológica que hace llamar amistad a lo que pasa en Facebook. Es un atajo virtual para el atajo que siempre en todas las culturas se buscó: tomar por amor un sentimiento sintético que no se regocija en el bienestar del ser amado, sino en la propia necesidad de conexión.

A fin de año la palabra “amor” se multiplica. Son palabras. Las palabras tienen la particularidad de ser nada menos y nada más que palabras. Pueden ser decisivas o intrascendentes, pueden estar llenas o vacías.

Venimos terminando un año en el que las palabras fueron aligeradas, violentadas, subvertidas por el establishment. Se llegó a tal extremo que tuvimos que escuchar, como una reivindicación política de la mentira, que los hijos de Ernestina Herrera de Noble son nuestros hijos. Llama muy poco la atención que la lucha de las Abuelas sea cuestionada desde sectores golpistas que participan del juego democrático justo cuando esa lucha roza a una mujer muy poderosa. Cuando roza al poder. Eso pasa no inadvertido, sino no dicho.

Este año se puso en jaque a los derechos humanos. La primera en hacerlo fue Susana Giménez, entretenedora exquisita para la videopolítica. “Esa estupidez de los derechos humanos”, dijo aunque quedó sonando la otra parte de la frase, “el que mata tiene que morir”. Después se cuestionó a las Madres y a las Abuelas por la ley de ADN y se alzó nuevamente la frase hecha de que “los derechos humanos son sólo para los delincuentes”, y no para las víctimas de “la inseguridad”. Las coberturas políticas y policiales se entremezclaron. Abel Posse tuvo que renunciar, pero pasamos por el trance de tener unos días un ministro de Educación porteño que volvió a reivindicar el terrorismo de Estado. El huevo de la serpiente se instala en muchos nidos.

Nuestra veta fascista tiene sus dirigentes, pero tiene también muchos voceros en las calles, hombres o mujeres comunes y corrientes que de pronto se entreveran en conversaciones en las que piden matar a unos cuantos. La muerte es una de nuestras tradiciones. Una pulsión argentina que se regodea en soluciones finales. Matarlos a todos es una ilusión degenerada.

Hubo una época bastante reciente en la que los mataron. A todos los que pudieron. Hubo uno o dos años, durante y después del Juicio a las Juntas, en los que el horror sacudía las almas. Habían hecho cosas como tirar a la gente viva de los aviones o como asesinarla y robarse a sus hijos. Eso no es de izquierda ni de derecha. A veces uno se pregunta, en este país jodido, si acaso es de izquierda o peronista haberse quedado atravesado por la decisión de “nunca más”. Este año, uno ha tenido la sensación de que si apareciera un liderazgo bestial, tendría sus bases en esa gente que tiene mucho y no quiere perderlo, o en los que tienen muy poco, quizá un freezer y un auto, o una casa propia y un plazo fijo en el banco, y sin embargo arengan la muerte de los que tienen menos que ellos.

Si se me permite, quisiera dedicar esta columna de fin de año a las Madres y a las Abuelas, por muchas razones. Pero entre ellas, la más firme y convencida es el agradecimiento por haber tramitado su dolor con lucha, y no con venganza. Por haber pedido siempre justicia, y haberse avenido a la mala, la poca, la lenta justicia que obtuvieron. Por haber estado dispuestas siempre a ofrecer a sus victimarios las garantías que sus hijos y sus nietos no tuvieron. Porque a pesar de sus diferencias y de sus líneas internas, siempre todas se pararon allí, en ese escalón que separa la civilización de la barbarie. Y porque en este país que aún conserva su horrible pulsión hacia la muerte, ellas la saltaron, se sobrepusieron, la reciclaron, la gestionaron hacia la vida. Porque son parte de lo mejor que somos, y somos peores si lo olvidamos.

ORDENAN ANALISIS DE ADN A LOS HIJOS DE ERNESTINA NOBLE

“Sin más dilaciones”

La Cámara Federal de San Martín dispuso que el juez Bergesio realice “en forma inmediata” los exámenes de los hijos adoptivos de Noble para conocer su identidad.


La Cámara Federal de San Martín le ordenó al juez federal Conrado Bergesio realizar “en forma inmediata y sin más dilaciones” los exámenes de ADN de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, dueña del Grupo Clarín, y “someter (las muestras genéticas) a los cotejos necesarios” para conocer su identidad. Los jueces Hugo Gurruchaga y Alberto Criscuolo destacaron que Bergesio “se enreda en discusiones inconducentes”, pero a siete años de haber heredado la causa “no realiza la medida básica, esencial e impostergable” de cruzar los ADN de Marcela y Felipe Noble con las 22 familias que buscan chicos desaparecidos antes de sus adopciones. “La resolución nos permite recuperar la expectativa de que la causa se resuelva y también creer que efectivamente existe el principio de igualdad ante la ley”, consideró Alan Iud, abogado de Abuelas de Plaza de Mayo, que pidió la medida hace un año y medio. “Es una decisión muy clara y justa”, celebró Estela de Carlotto, presidenta del organismo.

Según el expediente de adopción, el 13 de mayo de 1976 la viuda de Roberto Noble se presentó ante la jueza Ofelia Hejt, de San Isidro, con una beba a la que llamó Marcela. Dijo que la había encontrado once días antes en una caja abandonada en la puerta de su casa, en Lomas de San Isidro, y ofreció como testigos a una vecina y al cuidador de la casa de la vecina. En 2001 Roberto Antonio García, de 85 años, declaró ante el juez Roberto Marquevich que nunca fue cuidador de esa casa. Su trabajo durante cuarenta años fue como chofer de Noble y, tras su muerte en 1969, de la viuda. García agregó que Noble nunca vivió en la casa que declaró, dato que el juez confirmó en registros oficiales. Tampoco la presunta vecina vivía allí, según declaró su nieta y corroboró la policía.

El expediente de adopción de Felipe sostiene que la supuesta madre, Carmen Luisa Delta, lo puso a disposición de la jueza Hejt el 7 de julio de 1976. El mismo día, sin disponer un estudio ambiental ni determinar las circunstancias del nacimiento, la magistrada concedió la segunda guarda a la viuda de Noble. Marquevich determinó que la señora Delta nunca existió. Según el escrito presentado por Abuelas en julio de 2008, el dato falso sobre el domicilio en San Isidro y la omisión del sistema de turnos fueron “decisivos para determinar la competencia del tribunal”. Hejt, ya fallecida, es la misma jueza que en abril de 1977, sin disponer medidas para ubicar a su familia y pese a las evidencias de que sus padres habían sido secuestrados por el Ejército, entregó en guarda a Andrés La Blunda, de tres meses, quien recuperó su identidad en 1984.

Las irregularidades en las adopciones derivaron en 2001 en la detención de la viuda de Noble, que el juez Marquevich pagó con su destitución en un juicio político impulsado por Clarín. Su reemplazante Bergesio concedió desde entonces todas las medidas solicitadas por los abogados de la imputada pero rechazó ordenar la obtención de muestras por métodos alternativos a la extracción de sangre solicitada por Abuelas y por la fiscal Rita Molina. El método ya permitió la identificación de nueve hijos de desaparecidos y fue respaldado por los tres poderes del Estado.

“Se advierte que el señor juez se enreda en discusiones inconducentes a la par que no realiza la medida básica, esencial e impostergable de ejecutar la toma de muestras del ADN de las personas cuya identidad se cuestiona para someterlas a los cotejos necesarios”, consideró la Cámara. “Tal omisión resulta a esta altura manifiestamente injustificada, en particular cuando se advierte que el trámite de la causa lleva más de siete años”, agregó, y resolvió disponer “que el señor juez lleve a cabo la toma de muestras de ADN en forma inmediata y sin más dilaciones”.

Por la jurisprudencia de la Corte y la ley que asentó en el Código Procesal Penal el mecanismo de obtención de ADN con métodos no invasivos, el abogado Alan Iud destacó que la medida “debe realizarse de inmediato”, al margen de los recursos que pueda plantear la defensa. Carlotto recomendó “tomar los recaudos para que el rescate de prendas y objetos sea de las personas a analizar” y no de choferes o sirvientes de vecinos.

martes, 22 de diciembre de 2009

AS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO ANUNCIARON LA IDENTIFICACION DEL NIETO NUMERO 100

Con el nombre del padre confirmado

Matías fue criado por su madre Norma Espinosa. Su padre Tulio Valenzuela desapareció antes de poder reconocerlo. Recién a partir de la constatación de los datos genéticos con los de la familia de su padre pudo ratificar su identidad.


Las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron la recuperación del nieto número cien. En este caso, la historia es distinta a la de otros nietos apropiados ilegítimamente durante la última dictadura militar. Matías es el hijo de Tulio Valenzuela y de Norma Espinosa, ambos militantes de Montoneros. Tulio murió en 1978, cercado por un grupo de tareas de la ESMA, y como estaba en la clandestinidad nunca pudo reconocerlo. Matías siempre vivió con Norma y siempre supo que era hijo de los dos, pero recién ahora pudo cruzar los datos genéticos suyos con los de la familia de su padre alojados en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Con ese resultado también puede obtener el apellido de su padre.

“El caso de Matías es un caso atípico”, explicó Estela Carlotto a Página/12. “Porque él no estuvo desaparecido, sino que recuperó la identidad, es un nieto cuya identidad estaba partida por la mitad porque su papá Tulio Valenzuela lo alcanzó a conocer pero no a reconocer con su apellido porque lo secuestraron, Norma Espinosa, su mamá, le fue contando algo de la historia y él, bueno, de adulto empezó a querer tener la historia completa con el apellido del papá.”

Necesitó acudir a Abuelas porque la historia no era fácil, dice Carlotto. “No era fácil porque no tenía contacto con la familia paterna, la familia no creía en esa historia; muchas familias a veces se cierran a ciertas cosas que les parecen extraterrestres y era que él, el Tucho (Tulio), había formado pareja con Norma y nace este niño de esa relación, y luego la vida continúa y espera un hijo con Raquel Negro, cosas que ocurren con el amor; finalmente entre gente normal que se enamora y se desenamora.”

Edgar Tulio Valenzuela nació, en 1945, en San Juan y en 1963 viajó a instalarse en Buenos Aires para hacer la carrera de Derecho en la UBA. Empezó a militar mientras estudiaba, primero lo hizo en la Juventud Peronista y años más tarde en Montoneros. Vivió en Jujuy, en la Regional de Rosario y quedó detenido por primera vez en 1972, alojado en la cárcel de máxima seguridad de Rawson donde, luego de la fuga de los dirigentes del ERP, FAR y Montoneros, quedó como segundo jefe de la organización. El 25 de mayo de 1973 salió en libertad con la asunción del “Tío” Héctor Cámpora.

Pasaron ocho años hasta su muerte. Tulio o Tucho, como lo llama Estela Carlotto, volvió a Rosario, se exilió tras el golpe de marzo de 1976 y volvió a Argentina en diciembre de 1977. El 2 de enero de 1978 cayó secuestrado con quien en ese momento era su mujer Raquel Negro, que estaba embarazada de siete meses, y con el hijo más grande de ella. Todos fueron alojados en el centro clandestino Quinta de Funes, a 20 kilómetros de Rosario. Lo que pasó con ellos a partir de ese momento volvió a recordarse en diciembre del año pasado, cuando Abuelas anunció la restitución de la nieta número 96. Tulio y Raquel fraguaron durante el cautiverio un pacto con los militares, él se fue a México para participar de un supuesto plan de ejecución a Mario Firmenich. En México denunció, en cambio, el plan ante la prensa, se quedó allá durante cinco meses y volvió para la Contraofensiva. En tanto, Raquel dio a luz a dos bebés en el Hospital Militar de Paraná. Según la investigación de Abuelas, un niño y una niña. Del niño se supo que podría haber muerto en ese momento. De la niña, en cambio, que quedó en un hogar de niños al cuidado de una congregación de monjas que aparentemente la entregó en adopción.

Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo.
Foto: Pablo Piovano

Sabrina fue restituida por Abuelas, pero su familia todavía no entendía bien la historia de Matías. Según el comunicado de Abuelas, la relación entre Tulio y Norma fue anterior. Tulio conoció a Norma Espinosa a mediados de 1974, luego de la primera salida de la cárcel, mientras militaba en la columna oeste de Montoneros en la zona de San Justo. A fines de 1974 empezaron una relación de pareja, la organización trasladó a Tulio a Santa Fe y Norma lo acompañó. Luego del primer mes, en julio de 1975, ella quedó embarazada, pero enseguida se separaron. Norma volvió a Buenos Aires, se desconectó de la militancia y se fue a vivir a la casa de sus padres, a la espera del nacimiento de su hijo. Matías nació el 6 de marzo de 1976 en Lomas de Zamora. A los seis meses, su madre organizó un encuentro con su padre porque quería que se conocieran, pero Tulio no pudo darle el apellido a su hijo en ese momento, como sucedió con muchos otros militantes políticos, por la situación de clandestinidad. Matías se crió desde entonces con su madre y no mantuvo contacto con la familia de su padre. Terminó el secundario, estudió educación física y a pesar de que desde chico su madre le contó los detalles de la historia de su padre, recién durante la adolescencia –dice el comunicado de Abuelas–, él tomó conciencia de lo que significaba todo eso.

“No fue fácil este caso”, dice Estela. Matías se había acercado alguna vez a Abuelas, pero volvió a acercarse cuando apareció Sabrina. “Recién entonces él se animó a venir nuevamente para iniciar la búsqueda en la Conadi de sus datos genéticos, lo cual le facilita ahora el reconocimiento de su apellido paterno.”

Matías terminó los exámenes a mediados de este año. Recién entonces pudo reencontrarse con toda su familia. Las Abuelas mientras tanto siguieron trabajando en la causa. Estela Carlotto dice que todavía no está tan claro, por ejemplo, que el hijo varón de Tulio y de Raquel Negro nacido en cautiverio esté muerto. “O si está muerto tiene que aparecer el cuerpo.

“Digan dónde están los cuerpos”


EL TESTIMONIO DE LAS VICTIMAS EN EL JUICIO POR LOS CENTROS ATLETICO, BANCO Y OLIMPO


Carlos Pisoni, militante de H.I.J.O.S, se paró frente a los represores del Primer Cuerpo de Ejército para exigirles que “si les queda algo de valentía” informen sobre el destino de los desaparecidos. Toda la sala lo aplaudió de pie.


“Me hubiera encantado que mi papá me enseñara a hacer un asado, recibir caricias de mi mamá, gritar los goles del Enzo con mi viejo y tener un hermano”, confesó Carlos Pisoni, militante de H.I.J.O.S., frente a los represores del Primer Cuerpo de Ejército. “Fuimos muchos quienes sufrimos esas pérdidas”, aclaró, y celebró que “los responsables estén sentados en el banquillo”. Cuando concluyó sacó una foto con rostros de desaparecidos de los centros Atlético, Banco y Olimpo, incluidos sus padres, con quienes compartió sólo 37 días, y les habló a los imputados: “Lo único que les pido, si les queda algo de valentía, es que digan dónde están los cuerpos. Todavía tienen la oportunidad”, les advirtió, mirándolos a los ojos. Toda la sala lo aplaudió de pie.

El subsuelo de Comodoro Py estuvo ayer colmado. Salvo tres allegadas a los policías, el resto eran sobrevivientes, familiares y amigos de las víctimas, todos sentados gracias a los lugares vacíos destinados a la prensa. Cuando Delia Barrera se aprestó a dar testimonio, con la foto de su marido en la mano, varios represores prefirieron retirarse. Esposados en parejas, cantando bajito, se fueron Julio Simón, Samuel Miara, Ricardo Taddei, Raúl González, los gendarmes Guillermo Cardozo y Eugenio Pereyra Apestegui y el agente de inteligencia Raúl Guglielminetti.

“Hace 32 años espero este momento”, aclaró Barrera, que estuvo 92 días en Atlético. Su compañero Hugo Scutari, militante de la JUP y delegado del Banco Nación, fue secuestrado el 5 de agosto de 1977. Minutos después una patota encabezada por Juan Carlos Falcón, alias Kung Fu, se la llevó de su casa. En Atlético pasó a ser “H26”. Le pusieron antifaz y le ataron los pies con cadenas y candados. “Primero me desnudan y me largan un perro ovejero. Luego me golpean en la cabeza y el estómago, me hacen agarrar un cable con electricidad”, recordó, y enfatizó el rol de Falcón, que criticaba a otros torturadores porque, decía, “no saben cómo se pega”. De los presentes padeció con certeza a dos: “El Fuhrer (Eufemio Uballes) nos hacía gritar ‘Heil, Hitler’ en las torturas”, dijo. “A Doctor K (Eduardo Kalinec) lo vi en la enfermería. Me dijo ‘tenés la costilla fisurada pero no te vendo porque te vas a ahorcar’”, recordó.

El 20 de septiembre tuvo el último contacto con su compañero. “Sé fuerte y no me abandones”, fueron sus últimas palabras. Luego les negaron un abrazo de despedida. “Quedate tranquila, va a una granja de recuperación”, le mintió el comisario Antonio Fioravanti, que murió impune en 1985. Cuando las preguntas concluyeron, Delia contó que honraba por séptima vez el compromiso de dar testimonio asumido en cautiverio. Luego se dirigió a sus torturadores. “Sepan bien que no cumplí con el mandato de silencio, que no pudieron quebrarme y que voy a seguir hasta el último día”, prometió. Les aclaró que la acompañaba la familia que formó al ser liberada pero también su primer compañero y los desaparecidos que conoció, y leyó sus nombres. Cerró con un pedido a los jueces: “No nos abandonen”.

“No sé cómo caminaban”

“Me arrancaron de los brazos de mis viejos cuando tenía 37 días”, arrancó Carlos Pisoni, con pañuelo de H.I.J.O.S. en el cuello. Su padre Rolando, de 29 años, estudiaba ingeniería y militaba en la JUP. Su mamá, Irene Bellocchi, 27 años, era delegada en el Banco Galicia y militaba en la JTP. “Desaparecieron porque eran militantes. En H.I.J.O.S. estamos orgullosos de nuestros padres y no reivindicamos su lucha como utopía, sino que perseguimos sus objetivos: no queremos pibes muertos de hambre”, aclaró Pisoni, miembro del Observatorio de Derechos Humanos de la ciudad.

“Gracias a sobrevivientes pude saber que despojaron a mis padres de su identidad: pasaron a ser H24 y H25”, relató, y volvió al significado de ser hijo de desaparecidos. “No recuerdo sus voces, no tengo la imagen de ellos en mi retina, no sé cómo caminaban”, explicó a los jueces. “Puedo dar testimonio gracias a una vecina que me llevó con mi abuela. Gracias a esa vecina, a quien me gustaría conocer (el operativo fue el 5 de agosto de 1977 en Mármol 483), no soy uno más de los pibes robados”, aclaró.

Testigo y querellante, Pisoni recordó la trilogía “Dios, Patria, Hogar” invocada por los militares y juzgó “incongruente que una persona de moral cristiana pueda cometer el pecado más grande para un creyente, como es matar, matar y matar”. Lamentó “el rol de la Iglesia que los confesaba”, destacó que “hay centenares de Von Wernich” y diferenció a “la Iglesia cómplice de la verdadera, la de Mujica, Angelelli y los palotinos, que sufrió tortura y desaparición como nuestros viejos”.

Su abuela, Aurora Zucco de Bellocchio, pañuelo de Madre de Plaza de Mayo en la cabeza, confesó que desde que recibió a su nieto “supe que iba a estar siempre pegado a mi corazón”. Contó que tras los secuestros recibió un llamado de Rolando para preguntarle si le habían dado a su hijo. “Estoy tranquila porque sabemos que mamá tiene al nene”, le dijo Irene a un sobreviviente, que en los ’80 ubicó a Aurora. La mujer diferenció también las caras de la Iglesia: su asesor espiritual Fernando Carballo le dijo “El que las hace las paga”; el cura Jorge Aguiar aceptó dar una misa por desaparecidos, pero él mismo desapareció antes de concretarla. “Al tiempo me contó que se despertó en un psiquiátrico del sur bonaerense”, recordó. “No pensaba que este momento iba a llegar”, confió a los jueces. Lamentó “el abandono que sufrimos por gran parte del pueblo” y expresó su deseo “de que esta Justicia haga lo que debió haber hecho muchos años antes”.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Voces contra el silencio

Por fin, empezó. Tardó décadas. Hubo inicios postergados. Pero llegó el 11 de diciembre y 16 de los genocidas que tuvieron su base de operaciones en la ESMA entran en la sala del tribunal. Con aire soberbio y desafiante, saludando como invitados a un almuerzo televisivo, o bailando por algún premio, sonreían a sus fans que les tiraban besos desde la bandeja alta. De a ratos el ex canciller de la dictadura y asiduo visitante del campo de concentración se levantaba de la silla de ruedas, asistido por un Astiz, solícito y reverente ante el antiguo jefe. Siete horas de lectura de cientos de páginas que detallan sus crímenes. Quedan muchas más; el tribunal decide un receso y se van retirando. “Treinta mil compañeros detenidos-desaparecidos. Presente”, afirmamos nosotros.

Algunos reos se vuelven hacia el público. Uno de ellos no tiene la cofia que luce la enfermera del cartel que en los hospitales pide silencio. Pero los mismos ojos feroces del que ejercía de Rata, Trueno, Martín, los de Antonio Pernías, nos miran del otro lado del blindex y con el dedo sobre los labios ordena silencio. El, que a punta de picana se afanaba sin límites procurando que los atados al catre metálico de “la 13” en el sótano de la ESMA dijeran algo, ayer, en el subsuelo de Comodoro Py pretende callarnos. En la puerta de “la 13”, en sus años de amo de la muerte y de la vida, colgaba un cartel: “El silencio es salud”, decía. Paradoja, ¿verdad? Tal “consejo” ahí donde todo enfilaba a arrancar palabras entre gritos de dolor.

A un paso de ser condenado a perpetua, en septiembre de 2006, el genocida Etchecolatz alzó su rosario y besó un crucifijo. Desde entonces, el sobreviviente testigo Jorge Julio López está desaparecido, sin que el gobierno nacional y el gobierno de la provincia de Buenos Aires –sus tres poderes– hayan identificado y juzgado a quienes lo desaparecieron. Pero no logró abortar los juicios ni paralizar a los miles que los impulsan y llevan adelante en todo el país.

Astiz apuntó con “Volver a matar”. Pernías ordenó silencio. Una coreografía con dos actores, un mismo mensaje: “Volveremos a hacerlo, no lo olviden. Volveremos a matar”, anuncia Astiz blandiendo la bibliografía que ilustra a Abel Posse, el nuevo ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires y al multicondenado genocida Luciano Menéndez. “Cállense. Nunca renunciamos al poder de matar. Nosotros tenemos armas más poderosas; ustedes apenas palabras”, transmite el dedo de Pernías que le cruza los labios. El 10 de diciembre de 2007 lo ratificaron, esa vez contra un camarada de crímenes: Héctor Febres, envenenado con cianuro en su cárcel cinco estrellas regenteado por sus pares de la Prefectura.

Dos abogados de los querellantes –con términos despojados de pomposidad judicial, y por eso contundentes para definir a los provocadores– procuraron lo que ni los funcionarios del tribunal ni los miembros del Servicio Penitenciario Federal hicieron: impedir que los reos siguieran amenazando. Del otro lado del blindex, nosotros –poniéndonos “la camiseta del juicio y castigo”–, les volvimos a recordar: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”.

En tantas décadas, nunca abandonamos el compromiso con nuestros luchadores desaparecidos, con nuestro pueblo hoy, con nuestro pueblo del futuro: enfrentar sin descanso a la impunidad, exigir justicia.

Los poderes del Estado deben cumplir su misión: garantizar la vigencia de todos los derechos humanos para todos. Entre ellos, proteger a todos los habitantes de este suelo de la amenaza que constituyen los genocidas impunes. Incluso de aquellos que aun entre rejas, siguen actuando como un grupo de tareas.

Por Graciela Daleo *

* Sobreviviente de la ESMA.

jueves, 10 de diciembre de 2009

El juicio de la ESMA



El primer juicio a los represores de la ESMA comenzará mañana con al menos dos bajas transitorias. Por problemas de salud no estarán en la audiencia inicial el capitán de fragata retirado Néstor Omar Savio, que en la clandestinidad se hacía llamar “Norberto”, y tampoco el penitenciario Carlos Orlando Generoso, alias Fragote. El dato, confirmado a Página/12 por una alta fuente judicial, no fue notificado aún a las partes. Ayer, en tanto, una fuente allegada a Alfredo Astiz dejó trascender ante la agencia DyN que el ex marino había sido internado en el Hospital Naval por un aparente agravamiento de un tumor renal, problema que pondría en duda su presencia en Comodoro Py. Al atardecer, Página/12 confirmó que el traslado al nosocomio fue para realizarle una tomografía computada de rutina, pero que ya había sido devuelto al penal de Marcos Paz.

Un renovado pacto de silencio



EL PAIS › ONCE IMPUTADOS POR DELITOS DE LESA HUMANIDAD NO PRESTARON DECLARACION POR CONSEJO DE SUS ABOGADOS


Alineados frente al Tribunal Oral Federal 2, los militares, gendarmes y policías acusados por su actuación en el Atlético, El Banco y El Olimpo no hicieron uso de la palabra. Esta vez, las cámaras pudieron registrar los rostros de los victimarios.


El pacto de silencio se mantiene. Once imputados por crímenes de lesa humanidad en el Primer Cuerpo de Ejército que juzga el Tribunal Oral Federal 2 (TOF2) respondieron ayer que, por consejo de su defensora oficial Verónica Blanco, no iban a prestar declaración indagatoria. La jornada tuvo un comienzo inusual para la historia de los juicios a represores en Comodoro Py: una docena de fotógrafos y camarógrafos retrataron durante cinco minutos, antes del comienzo, a Guglielminetti, Simón & Cía. El proceso por secuestros y torturas en el circuito Atlético-Banco-Olimpo continuará el lunes, cuando el TOF2 les conceda la palabra a los imputados que tienen abogado particular: el capitán Enrique Del Pino y los policías Samuel Miara, Eufemio Uballes y Roberto Rosa.

Cuando el gendarme Guillermo Cardozo pasó al frente, el resto de los imputados debieron abandonar la sala, esposados de a dos. La jueza Ana María D’Alessio le explicó que no estaba obligado a declarar, que no debía prestar juramento y que no se usaría el silencio en su contra.

–¿Entendió los hechos motivo de la imputación?

–No voy a declarar –se apuró el gendarme.

Con tono cordial, D’Alessio le explicó que debía responderle.

–Lo he entendido –se explayó.

Dio sus datos personales, ratificó la negativa y durante una hora escuchó su indagatoria en instrucción. Tras el Mundial de 1978, el coronel Roberto Roualdes lo designó en el Destacamento Móvil 1 de Gendarmería para “dar seguridad al lugar de reunión de detenidos en Lacarra y Falcón”, léase Olimpo. Debió “preparar a cuarenta hombres para dar seguridad” ante “posibles ataques subversivos”, dijo, y agregó que Roualdes le aseguró que eran “detenidos en transición” que “iban a recuperar su libertad”. Su mayor desafío fue enfrentar “la desmoralización de mi fuerza” por la mala comida, la falta de lugar de alojamiento y el maltrato de militares y policías que los consideraban “negritos del interior”. Fechó el “repliegue del personal” en enero de 1979, tras el último traslado de El Olimpo. “Gendarmería no tenía responsabilidad sobre terroristas detenidos” y tampoco sobre “la destrucción de documentos que probarían mi inocencia”, dijo. “No cometí delitos, simplemente cumplí con mi deber”, concluyó.

El comisario Raúl González dijo al pie de la letra las dos frases que le indicó su abogada: “Por pedido expreso de mi defensa me niego a declarar” y “Mi domicilio es la unidad penal de Marcos Paz”. En las declaraciones que le leyeron aseguró no haber conocido centros de detención. “Cumplía funciones técnicas, como oficial de comunicaciones”, agregó. Negó conocer los alias de los represores, excepto el de Julio Simón, “Turco Julián”, por las entrevistas en televisión.

Raúl Guglielminetti se presentó como “comerciante”. Dijo haber sido “empleado civil del Ejército durante cuatro años”, periodista en Neuquén y hombre abocado a “actividades privadas” en Estados Unidos y España.

–¿Va a prestar declaración? –preguntó D’Alessio.

–No en este momento, señora presidenta –dijo.

Su indagatoria en instrucción fue breve. “No tenía acceso a lugares operativos y no me consta que los mencionados lo fueran”, dijo luego de ser detenido en su quinta La Mapuche, de Mercedes.

Luego se leyó la declaración de Juan Carlos Falcón, custodio del ministro del Interior Albano Harguindeguy hasta 1982, detalle que “me convirtió en un blanco fácil”, dijo. Explicó que apodaban Kung Fu a todos los karatecas del Círculo Policial, pero que no fue él quien actuó en cautiverio, adjudicó la confusión al inspector Peregrino Fernández, ayudante de Harguindeguy en 1976, y aseguró que el Kung Fu torturador fue el suboficial Luis Armando Galarce, porque “estuvo en el departamento Situación Subversiva”. Por la tarde, luego de un cuarto intermedio, ratificaron su silencio el gendarme Eugenio Pereyra Apestegui, el penitenciario Juan Carlos Avena y los policías Simón, Eduardo Kalinec, Luis Donocik, Oscar Rolón y Ricardo Tadde