En su película, que se emitirá este viernes en el canal Encuentro, el cineasta mira la dictadura a través de los cuerpos que, luego de ser arrojados, devolvía el mar. “Es una mirada regional, a partir de los costeros”, dice.
En diciembre de 2001, mientras el país estallaba con la salida anticipada del gobierno de Fernando de la Rúa, Pablo Torello concluía un ciclo lectivo más del Seminario de Producción Documental que dicta todos los años en la Universidad Nacional de La Plata. Justo al finalizar la cursada, dos alumnos oriundos de localidades de la Costa Atlántica se acercaron al docente para proponerle realizar una investigación con testimonios sobre la aparición de cuerpos en las playas de Santa Teresita, Mar de Ajó y San Clemente entre 1976 y 1978, durante la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla. A Torello le interesó la propuesta y, a través del Centro de Producción Audiovisual de la UNLP, decidió poner en marcha la investigación junto a un equipo, con la idea de realizar un documental sobre los cuerpos que devolvía el mar después de ser arrojados por los militares desde aviones en los denominados “vuelos de la muerte”. Así surgió la posibilidad de “armar una película sobre la dictadura con algunas características distintas: en principio, regionalizada y contada a través de personajes costeros, con algunas características muy particulares, pero que no eran aquellas voces de organismos de derechos humanos que hasta ese momento venían contando la historia, al menos en los pocos documentales que había hasta esa época”, relata Torello en diálogo con Página/12.
Torello también señala que esa idea de contar las aberraciones de la dictadura “con un punto de vista nuevo y singular se transformaba en una investigación muy frondosa y al final inconclusa: empezábamos a construir lo que llamamos el circuito de la muerte, que era la posibilidad de unir aquellos relatos de testigos directos como eran los habitantes costeros que habían visto aparecer decenas de cuerpos en diciembre del ’76, ’77 y ’78 con una línea que la burocracia del Estado terrorista seguía dejando huellas, como dice el antropólogo Carlos Somigliana en la película”. La ruta que indica Torello comenzaba con la aparición de los cuerpos y “una orden judicial se iniciaba. El policía de la costa iniciaba un sumario y llamaba a los bomberos para que recogieran el cuerpo. Lo trasladaban al hospital municipal. Al día siguiente, en camiones municipales (obviamente el municipio en manos de un intendente puesto por la dictadura), eran enviados al cementerio de General Lavalle”.
Este recorrido es narrado en Playas del silencio, un documental cuya filmación se inició a fines de 2001, se estrenó en 2003 y se reestrenó en 2005 con el título cambiado: Historias de aparecidos, que el canal Encuentro emitirá el viernes 24 a las 23 (repite domingo 26 a las 1 de la mañana). A Historias de aparecidos, entonces, el director le incorporó siete minutos más: es que a fines de 2004 y comienzos de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) exhumó algunas de las tumbas en el cementerio de General Lavalle y reconoció la identidad de los cuerpos de las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce, de la militante Angela Auad y de la monja francesa Léonie Duquet.
Si en el primer tramo de Historias de aparecidos, distintos ex detenidos-desaparecidos cuentan su experiencia terrorífica en manos de los torturadores de la ESMA (Pérez Esquivel, por ejemplo, narra el episodio en que estaba en un avión listo para ser arrojado al mar y por presiones internacionales no lo tiraron), la segunda mitad de Historias... se mete de lleno con la investigación propiamente dicha: distintos pobladores y testigos directos como bomberos del Partido de la Costa recuerdan la aparición de los cuerpos en las playas bonaerenses. Los primeros aparecieron en diciembre de 1976. Los bomberos voluntarios de Santa Teresita recogieron de las playas de su jurisdicción (que abarca La Toninas, Santa Teresita y Mar del Tuyú) 33 cadáveres desnudos, “sin genitales, algunos cráneos presentaban signos de haber sido ejecutados. Muchos estaban destrozados, los pechos cortados, atados, quemadas las yemas de los dedos. Faltaban partes de las dentaduras”, según se señala en el documental.
Historias... relata también que en aquella época camiones municipales cargaron algunos cuerpos y los llevaron al cementerio de General Lavalle. Uno de los testimonios más estremecedores es el de un sepulturero que cuenta que su hermano le había dicho que iba a llegar un camión con cadáveres, pero que ellos no debían hacer nada: “Vino personal del municipio para hacer la fosa común”, recuerda. Durante la investigación, el equipo se dirigió al Juzgado Federal de Dolores “que instruía estas causas. Y en el juzgado, por alguna secretaria cansada de tanto olvido, tuvimos la posibilidad de acceder a las fotos de los cuerpos, tal cual aparecían, y que son incluidas en la película, lo más lejos del morbo posible”, relata Torello, al tiempo que señala que tomó una decisión como realizador “en el momento de incluir los cuerpos destrozados, esas fotos forenses. Tomé una decisión de poner a los desaparecidos como aparecidos. No con esas fotos de las pancartas de las Madres cuando ellos estaban vivos ni tampoco las de aquellos huesos de las exhumaciones en la democracia. Yo digo: ‘Esta es la foto del desaparecido aparecido en su mismo estado de desaparición: torturado, vejado. Esa fue una de las decisiones más fuertes que tomé’”, asegura Torello.
–En la primera parte del documental los ex detenidos-desaparecidos brindan el contexto histórico y su terrible experiencia en la ESMA, mientras que en la segunda parte el film se mete de lleno con la investigación de los cuerpos. ¿Por qué lo pensó así?
–De una u otra manera, la idea de la película era construir una línea en donde podíamos definir que hubo una dictadura, que hubo una represión ilegal, que dentro de esa represión ilegal hubo desapariciones forzadas de personas, que esas desa-pariciones forzadas eran sistemáticas. Y así llegamos a la ESMA. Nosotros, en la investigación, a través de testimonios de historiadores y de ex detenidos-desaparecidos focalizamos que había sólo dos lugares desde donde los vuelos partían. Los vuelos no partían de El Olimpo o de El Vesubio, sino que había una centralización en Campo de Mayo y en la ESMA. Es decir, aquellos lugares que tenían acceso al vuelo. Entonces, a partir de ahí, como con Campo de Mayo teníamos poca accesibilidad a testimonios directos, nos inclinamos por los de la ESMA. Ahí testimonian Víctor Basterra, Graciela Daleo, Miriam Lewin, entre otros. Y a partir de la ESMA, empezamos a construir el circuito del “vuelo de la muerte”. Nosotros, al llegar a las playas, queríamos trazar estas certezas: hubo dictadura, hubo desaparición forzada, hubo una sistematización en esto y hubo vuelos como parte de esa desaparición forzada. Obviamente, arrancamos con el libro de Horacio Verbitsky donde el victimario propone certificarlo.
–¿Los vecinos que cuentan minuciosamente la aparición de cadáveres en las costas se dieron cuenta en su momento de lo que estaba pasando o lo pudieron reconstruir muchos años después?
–Yo creo que lo pudieron reconstruir muchos años después en dos lugares. En principio, en el miedo que tenían para contarnos las cosas en el 2002 (estamos hablando de unos cuantos años de democracia). Y después que la película se estrenó y produjo lo que produjo.
–¿El dato que los llevó al cementerio de General Lavalle, donde hubo enterramientos clandestinos, surgió de los testimonios que recogieron o usted y su equipo manejaban alguna hipótesis previa?
–El equipo de alumnos que investigaba en la película ya sabía. Si una persona común va a las actas de Bomberos de Mar de Ajó, Santa Teresita y San Bernardo de aquella época se va a encontrar con los mismos documentos que nosotros. Esto los alumnos ya lo tenían. También tenían el contacto de que había causas y habían visitado previamente el cementerio para saber que, abriendo el libro de sepulturas, se veía un NN cada cuatro o cinco carillas, pero al llegar a esos diciembres del ’76, ’77 y ’78 los NN se empezaban a multiplicar por 14 o 15 por carilla.
–¿Qué les brindó el juzgado de Dolores?
–En el juzgado nosotros accedimos a aquellas causas que habían sido iniciadas en el momento de aparición de los cuerpos, suponiendo la existencia de un naufragio. El Estado terrorista fue dejando huellas a través de su Estado burocrático.
–¿Hubo una presentación judicial en su momento que acompañara este documental?
–No, no hubo una presentación judicial porque cualquier familiar de desaparecidos se podía presentar con la película como damnificado a pedir exhumaciones. Elegimos más buscar entre antropólogos que veíamos, como Carlos Somigliana o Alejandro Inchaurregui, con sobrevivientes, militantes o referentes de derechos humanos como Estela de Carlotto y Víctor Basterra. Elegimos más construir un universo de certezas de qué era lo que teníamos nosotros en la mano antes que iniciar una causa.
–¿Considera que el hecho de que esta película se emita por televisión puede ayudar a que más gente se entere del sistema clandestino de torturas, asesinatos y desapariciones que implementó la dictadura?
–Sí. Tengo una anécdota con respecto a eso: mi hija cumplía catorce años cuando la película, a través del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, llegaba a todas las escuelas bonaerenses, justo cuando se cumplían treinta años del golpe. Y ella les contaba a los amigos que iban a ver la película del padre. Eran chicos que habían vivido toda su vida en democracia. Y tras la sorpresa, el debate posterior se desarrollaba en estas generaciones. Además, considero que el Estado, en su situación de pensar qué es lo que tenemos que ver por televisión, debe inducir de una u otra manera la revisión de la historia. Tampoco tenemos que creer que lo único que tenemos que revisar es el pasado de la dictadura, sino también el pasado inmediato de los ’90. También habría que hacer un trabajo sobre lo que pasó hace un año con la Resolución 125, por ejemplo. Creo que la idea del documentalista y la idea de los medios de comunicación que estén en manos del Estado (no del oficialismo) tiene que ver con aportar a construir una sociedad mejor.
–¿Cree que la confesión de Scilingo acerca de la existencia de los “vuelos de la muerte” permitió exponer una verdad irrebatible frente a los argumentos de parte de la sociedad que desconfiaba de las atrocidades de la dictadura?
–Sí. Ese sería el referente mediático junto con el mea culpa de Balza en el programa de Grondona que fue por esa época también. Ahora, creo que ahí había una cuestión generacional y epocal en donde la sociedad llegaba a veinte años del golpe, en donde los hijos de desaparecidos empezaban a cumplir veintipico. Para llegar a esa situación fue fundamental el rol que los organismos de derechos humanos jugaron a lo largo de esos veinte años. O periodistas que, a lo largo de veinte años, escribieron sobre esto. Ojalá yo hubiese estado veinte años haciendo películas de esto.
–A pesar de las declaraciones de Scilingo, ¿cree que hay resistencia de parte de ciertos sectores para consolidar la construcción de la memoria?
–Sí. En estos días, digo que sí más que nunca. Hoy, a la distancia, viendo la forma en que se están discutiendo los modelos de país en danza, realmente creo que hay mucha hipocresía. Con lo que pasa en el ’55, lo que pasa en el ’76 y lo que pasa con el conflicto con los sectores del campo, uno podría poner el espejo a 45 grados y encontrar ahí una copia bastante transparente.
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